Cómo combinar herramientas digitales y manuscritas puede mejorar la retención, la atención y la conexión emocional

Por Raquel Hevia, directora de innovación y consultora de talento en Grupo P&A.

Vivimos un momento fascinante en el ámbito del aprendizaje y el desarrollo profesional. Las herramientas digitales, la inteligencia artificial y las plataformas de formación online nos permiten llegar más lejos, más rápido y con una personalización sin precedentes. Sin embargo, el uso o abuso de determinados mecanismos automatizados ha facilitado que nuestro cerebro se haya acostumbrado a la saturación de estímulos y reaccione de manera distinta entre ellos, provocando una disminución de nuestra capacidad de atención y una menor disposición para aprovechar verdaderamente las oportunidades de aprendizaje.

Como profesional que se dedica a la formación y desarrollo directivo, este fenómeno me ha hecho reflexionar muchas veces sobre la necesidad de adaptar nuestras metodologías para seguir siendo capaz de comunicar y conectar de manera eficiente con los participantes de nuestras acciones formativas.

Es por eso que, desde hace un tiempo, me gusta cerrar las formaciones dibujando una pequeña infografía con los contenidos clave del taller y/o los próximos pasos a seguir por los participantes durante el itinerario del programa de desarrollo. Puede parecer algo anecdótico, pero la ciencia respalda mi decisión. Esta metodología, además de ser un cierre atractivo para la formación, tiene beneficios reales para los participantes.

Una solución práctica a un problema real

Todo empezó por una necesidad muy concreta: tras una jornada intensa, la atención y la energía en el aula ya no son las mismas. Y esos mensajes importantes del final se diluían entre la diapositiva número 27.890 del PowerPoint.

Llegado a ese punto, la intuición me pedía cerrar el ordenador y conectar de otra manera, así que comencé a sintetizar los mensajes clave en una pizarra o papel, acompañados de recursos gráficos que ayudan a anclar lo aprendido e invitan a la acción. Los participantes se reactivaban por el “efecto sorpresa”, se levantaban, la fotografiaban y, sobre todo, recordaban mejor lo trabajado.

La ciencia lo respalda: escribir y leer a mano mejora la retención

Con el tiempo supe que detrás de mi intuición hay evidencia robusta que respalda el poder de lo manuscrito:

El estudio de Mueller y Oppenheimer (2014), publicado en Psychological Science, demostró que los estudiantes que tomaban notas a mano obtenían mejores resultados en comprensión conceptual que quienes tecleaban. Escribir a mano es más lento, pero obliga a sintetizar, reformular y seleccionar ideas, lo que favorece un procesamiento profundo.

Por otro lado, Mangen, Walgermo y Brønnick (2013), en un estudio publicado en el International Journal of Educational Research, comprobaron que leer en papel mejora la comprensión lectora frente a leer en pantalla. Y un metaanálisis de Delgado et al. (2018), revisó más de 50 estudios y concluyó que comprendemos más y mejor cuando el texto está en formato físico.

El valor de lo imperfecto y humano

Además (y eso me parece casi poético), nuestro cerebro conecta mejor con lo imperfecto y humano. Lo manuscrito rompe la monotonía perceptual y genera mayor implicación emocional, como explican Zeki (1999) en su obra Inner Vision: An Exploration of Art and the Brain, y Leder et al. (2004) en el British Journal of Psychology. La perfección mecánica, en cambio, se procesa de forma más fría y automática.

En contextos de aprendizaje, esto tiene un efecto directo. Lo que emociona, se recuerda mejor. Lo que sorprende, despierta atención. Y lo que sentimos como verdadero, tiene más posibilidades de transformar cómo actuamos después.

No es tecnología vs. tradición: es tecnología + trazo humano

Este enfoque no pretende cuestionar el valor de lo digital. Al contrario: me encanta incorporar herramientas tecnológicas para analizar datos, dinamizar sesiones o mejorar procesos. Pero también he aprendido que muchas veces, lo más eficaz es combinar: usar lo digital donde aporta eficiencia, y lo manual donde aporta conexión.

Aquí entra en juego la infografía final, que se convierte en una herramienta puente entre ambos mundos. Después de una sesión larga de conocimiento, el cerebro necesita un estímulo más emocional para darle al botón “guardar” y que almacenemos lo vivido.

Aprender en la era de la inteligencia artificial

Hoy podemos generar una ilustración hiperrealista en segundos con herramientas de IA. Podemos automatizar informes, traducir documentos, generar prompts. Pero lo que no podemos automatizar (aún) es la conexión emocional. La pausa significativa, la sensación de estar presentes en una sala con otras personas, creando algo que tiene sentido para ese grupo en ese momento.

Volver al papel, entonces, no es una regresión, sino una decisión consciente: para frenar, mirar, sintetizar y recordar. Para cerrar una sesión con algo que quede. Con algo que conecte.

El verdadero reto no está en digitalizarlo todo, sino en humanizar también lo digital. Porque, al final, aprender no es consumir información. Aprender es conectar, comprender, integrar y transformar. Y para eso es importante saber cuándo conviene un Excel y cuándo un rotulador.

Referencias:

  • Mueller, P. A., & Oppenheimer, D. M. (2014). The Pen Is Mightier Than the Keyboard. Psychological Science.
  • Mangen, A., Walgermo, B., & Brønnick, K. (2013). Reading linear texts on paper versus computer screen. International Journal of Educational Research.
  • Delgado, P., Vargas, C., Ackerman, R., & Salmerón, L. (2018). Don’t throw away your printed books. Educational Research Review.
  • Zeki, S. (1999). Inner Vision: An Exploration of Art and the Brain.
  • Leder, H., Belke, B., Oeberst, A., & Augustin, D. (2004). A model of aesthetic appreciation and aesthetic judgments. British Journal of Psychology.

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